Ese día en 1939 las tropas nazis ingresaron a Checoslovaquia, vulnerando los acuerdos de Múnich y disolviendo el país.
Por Damian Carca - Geopolítica en acción
Sábado 15 de Marzo de 2025 - 08:00
Representantes de Italia, Francia, Alemania y Reino Unido: Benito Mussolini, Adolf Hitler (junto a su intérprete oficial Paul-Otto Schmidt) y Arthur Neville Chamberlain. Foto: Archivo Federal Alemán
El 30 de septiembre de 1938 marcó un hito en la historia de Europa: la firma de los Acuerdos de Múnich, un evento que no solo selló el destino de Checoslovaquia, sino que también redefinió la dinámica geopolítica en el continente. El consenso de las potencias occidentales de ceder los Sudetes a Hitler bajo el pretexto de garantizar la paz fue, en realidad, un acto deliberado de empuje hacia el este, diseñado más para canalizar la agresión alemana hacia la Unión Soviética.
Arthur Neville Chamberlain, Edouard Daladier, Hitler, Mussolini, y Ciano fotografiados antes de firmar los Acuerdos de Múnich. Foto: Archivo Federal Alemán
Sin embargo, la verdadera estocada final llegó el 15 de marzo de 1939, cuando las tropas alemanas ocuparon Bohemia y Moravia, disolviendo de facto el Estado checoslovaco y transformándolo en un protectorado bajo control del Tercer Reich.
Esta fecha, que hoy conmemoramos, simboliza el inicio del derrumbe del orden europeo de entreguerras.
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En la década de 1930, Checoslovaquia era una anomalía en Europa del Este: un Estado democrático rodeado de regímenes autoritarios. Su existencia desafiaba la tendencia política del momento, donde el ascenso del Partido Comunista checoslovaco amenazaba con desestabilizar el "cordón sanitario" construido tras la Primera Guerra Mundial para contener la influencia soviética.
En ese contexto, la supervivencia de Checoslovaquia resultaba secundaria frente al objetivo primordial de preservar un equilibrio de poder favorable a Occidente, incluso si ello implicaba entregar un país entero a Hitler.
Regímenes totalitarios en Europa
Tras la ocupación nazi, el país se dividió en dos entidades principales: la República Eslovaca, un estado satélite bajo la influencia de la Alemania de Hitler, gobernado por el régimen nacionalista y pro-fascista de Jozef Tiso, quien contó con el apoyo de la Guardia Hlinka, una organización paramilitar que actuó como fuerza represiva en el país. El otro territorio, conocido como el Protectorado de Bohemia y Moravia, fue transformado en un dominio nazi directo, controlado por las fuerzas alemanas.
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El desinterés de las democracias occidentales por Checoslovaquia era evidente. El Daily Mail, bajo la dirección de Lord Rothermere, sostenía que el destino de Checoslovaquia debía sacrificarse para evitar que el país se convirtiera en un corredor soviético. En efecto, los líderes europeos priorizaban la estabilidad de sus propios países, considerando que evitar una guerra con Alemania era más crucial que garantizar la soberanía de un Estado al que veían como periférico.
Pero la estrategia salió mal. En lugar de saciar las ambiciones alemanas, Múnich confirmó a Hitler que el Reino Unido y Francia carecían de determinación para frenar su expansionismo. Menos de un año después, la firma del Pacto Molotov-Ribbentrop y la invasión de Polonia demostraron que la diplomacia occidental no solo había fracasado, sino que había contribuido a acelerar el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
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El episodio de Múnich y la subsiguiente ocupación de Checoslovaquia ofrecen una lección fundamental en geopolítica: las potencias no sacrifican aliados por error o ingenuidad, sino por intereses concretos.
La historia de 1938 y la ocupación del 15 de marzo de 1939 no es solo la historia de la traición a una democracia, sino también la historia de cómo una estrategia de apaciguamiento mal calibrada puede desencadenar precisamente aquello que pretendía evitar: un conflicto de proporciones globales. Como bien nos recuerda Maquiavelo “No se debe nunca dejar nacer un desorden para evitar una guerra, porque esta no se evita, sino que se difiere con desventaja propia”
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