El gigante asiático amplía su influencia con nuevas rutas hacia Europa y en el histórico espacio de influencia ruso en Asia Central y el Cáucaso.
Por Damian Carca - Geopolítica en acción
Miércoles 9 de Abril de 2025 - 08:00
Tren del Middle Corridor chino, la Ruta de Transporte Internacional Transcaspiana. Foto: middlecorridor.com
La geopolítica no es solo un juego de poder: es el arte de proyectar influencia a través del espacio. En ese sentido, eso es precisamente lo que está haciendo China al rediseñar sus rutas ferroviarias hacia Europa. El nuevo corredor, conocido como Middle Corridor o Trans-Caspian International Transport Route (Ruta de Transporte Internacional Transcaspiana, TITR), no solo busca garantizar la fluidez comercial, sino también disminuir la dependencia de Moscú y diversificar el acceso al mercado europeo. Pero con cada nuevo tramo, China no solo transporta bienes: exporta poder.
Esta reconfiguración, sin embargo, también refleja las limitaciones marítimas de Beijing. Las rutas terrestres son más costosas que el transporte marítimo, pero China se ve obligada a fortalecerlas ante la creciente inestabilidad en el Mar Rojo y su incapacidad para controlar plenamente pasos estratégicos como el estrecho de Malaca. Con sus rutas marítimas comprometidas, el riel se convierte en un salvavidas geoeconómico y geopolítico.
Rutas del Middle Corridor chino, la Ruta de Transporte Internacional Transcaspiana. Foto: middlecorridor.com
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El desvío de los corredores ferroviarios atraviesa una zona particularmente sensible: el histórico espacio de influencia ruso en Asia Central y el Cáucaso. Aunque Rusia y China se presentan como aliados estratégicos, en realidad son rivales geopolíticos con proyectos divergentes para el futuro de Eurasia. Mientras Moscú intenta preservar su esfera de influencia postsoviética, Beijing avanza con una red de infraestructura que recorre repúblicas exsoviéticas como Kazajistán, Azerbaiyán y Georgia.
Al igual que el Imperio Austrohúngaro intentó en el siglo XIX ganar terreno en los Balcanes mediante ferrocarriles y modernización económica para debilitar el control otomano y eslavo, China hoy aplica una lógica semejante: integración económica como herramienta de dominación indirecta. En aquella época, cada vía austrohúngara representaba un mensaje de civilización y autoridad. En la actualidad, cada tramo financiado por Beijing constituye una afirmación de presencia y poder. Mientras China teje nuevas conexiones, Rusia pierde centralidad en su propio vecindario. La alianza se transforma en una competencia silenciosa.
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China apuesta por Rumanía como nuevo acceso estratégico a Europa. En tanto miembro de la Unión Europea y de la OTAN, Bucarest reviste un valor tanto simbólico como operativo: permite a Beijing ingresar al mercado europeo mientras extiende su influencia dentro del espacio occidental.
Para Rusia, el Cáucaso y el Mar Negro constituyen zonas neurálgicas. El incremento del tránsito comercial y tecnológico impulsado por China en esta región amenaza con desplazar a Moscú como socio preferente de países como Georgia, Azerbaiyán o incluso Turquía. La tradicional influencia rusa, basada en la energía y la seguridad, comienza a ser desafiada por una nueva forma de poder: la conectividad.
En este escenario, Moscú podría reactivar focos de tensión latentes, como el de Transnistria, con el fin de generar inestabilidad regional y frenar el avance chino. Un conflicto en esta república separatista pro-rusa —ubicada entre Moldavia y Ucrania— pondría en alerta a Rumanía, su vecina inmediata, y forzaría a la OTAN a reorientar su atención hacia el este, relegando los proyectos de conectividad de Beijing en el Mar Negro a un segundo plano.
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El geógrafo Halford Mackinder advirtió hace más de un siglo que “quien controle Eurasia controlará el destino del mundo”. En ese gran tablero, una simple reconfiguración logística —como el desvío de las rutas ferroviarias chinas hacia Europa— puede encerrar profundas implicancias geopolíticas. Hoy, China no solo evita a Rusia: la rodea estratégicamente, tejiendo una red de influencia económica que parece avanzar hacia una integración euroasiática sin Moscú en el centro.
Si algo nos ha enseñado la historia es que ninguna gran potencia cede su esfera de influencia sin resistencia. ¿Permitirá Rusia que China y Europa se conecten a través de su periferia, quedando relegada en su propio vecindario? ¿Y no es acaso ese el escenario que Estados Unidos busca evitar a toda costa: una Eurasia integrada que lo excluya del corazón del poder global?
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